Educación: ¿Una solución de escritorio o la clave para un desarrollo sostenible real?
La educación como factor clave para el desarrollo sostenible de los territorios.
Julián Martínez
9/17/20246 min read
Cada vez que alguien habla de "desarrollo sostenible", la mayoría de las personas asentimos con la cabeza como si fuera algo obvio. ¿Quién va a estar en contra de la sostenibilidad? Pero la realidad en las regiones es muy distinta. Hablar de comida, agua y energía en Bogotá o Medellín, desde el aire acondicionado de una oficina, es fácil. Pero, ¿qué significa esto para la gente en las regiones donde el agua potable escasea, la energía es inestable y la comida no llega a todos? Aquí es donde los grandes discursos sobre desarrollo sostenible se encuentran con la cruda realidad.
Y es justo en esa realidad donde necesitamos poner el foco: en las personas, en su capacidad para gestionar sus propios recursos y en cómo la educación puede ser una herramienta poderosa de cambio. No como algo genérico y bienintencionado, sino como un mecanismo estratégico que permita a estas comunidades salir del círculo vicioso de la pobreza y la dependencia.
Aquí es donde entra CEPA (Comida, Energía, Personas, Agua). Este enfoque integral busca resolver uno de los problemas más complejos de las regiones: la competencia entre recursos. Al integrar estos factores en una visión común, no solo se optimizan las soluciones, sino que también se crean oportunidades reales para el desarrollo económico y social.
El problema no es falta de recursos, es falta de capacitación
Veamos el caso de la energía. Las zonas rurales de Colombia tienen un potencial increíble para generar energía renovable, ya sea a través de paneles solares, pequeños parques eólicos o incluso biomasa. Y, sin embargo, muchos de estos lugares siguen dependiendo de costosos sistemas de energía que no solo son ineficientes, sino que también limitan sus oportunidades de desarrollo.
¿Por qué? Porque para instalar un panel solar o una planta de biogás no basta con enviar un manual de instrucciones o hacer una donación. Se necesita algo más profundo: formar a las personas para que sean capaces de manejar y mantener esa tecnología, de integrarla a su vida diaria, de sacarle el máximo provecho. Y eso no se logra en una charla de un par de horas ni en una política pública mal implementada.
El modelo CEPA entiende que la energía por sí sola no es suficiente. Sin agua eficiente para la agricultura o comida accesible, el desarrollo no puede prosperar. Aquí es donde una visión integrada de los recursos permite que, al capacitar a las personas en cómo gestionar su energía, también aprendan a optimizar el uso del agua y a mejorar la producción de alimentos.
La educación que no llega o no sirve
El gran reto que enfrentamos en Colombia no es solo la falta de acceso a la educación, sino la falta de una educación que realmente sirva. En demasiadas ocasiones, los programas que se implementan en las regiones son copias mal adaptadas de modelos que funcionaron en otros países o, peor aún, en las grandes ciudades. Es como tratar de armar un rompecabezas con piezas que no encajan.
En regiones donde el acceso al agua potable es un lujo, o donde la agricultura sigue siendo la base de la economía, la educación debe estar diseñada para responder a esas necesidades. No podemos seguir enviando profesores con currículos desactualizados o teorías que no tienen aplicación práctica. Necesitamos capacitación técnica y específica, que forme a las personas para solucionar los problemas que enfrentan día a día.
¿De qué sirve hablar de cambio climático si no sabemos cómo sembrar de manera más eficiente? ¿De qué sirve decir que la energía solar es el futuro si no tenemos a nadie capacitado para instalar o reparar un panel solar? La desconexión entre la teoría y la práctica es uno de los mayores frenos para el desarrollo de las regiones.
El enfoque CEPA propone que no se eduque de manera aislada. Se trata de formar a las personas para que puedan gestionar el agua de manera eficiente, al mismo tiempo que optimizan su producción agrícola utilizando energías renovables. Esta integración hace que cada recurso no solo se aproveche mejor, sino que apoye a los otros.
Formación para el empoderamiento
Superar estos desafíos requiere una estrategia clara que ponga a las personas en el centro. La educación para el desarrollo sostenible no puede ser genérica. Debe estar adaptada a las particularidades de cada región, con un enfoque práctico que les permita aplicar lo aprendido directamente en sus vidas y comunidades.
Algunas soluciones viables incluyen:
1. Programas de formación especializados: Crear currículos enfocados en la gestión de los recursos CEPA (comida, energía, personas y agua) adaptados a las realidades locales. Por ejemplo, formación en el manejo eficiente del agua en áreas donde la sequía es un problema recurrente o en la instalación de paneles solares en regiones con acceso limitado a la red eléctrica.
2. Uso de la tecnología: Aprovechar plataformas de educación a distancia para que la información llegue a lugares remotos. Las aplicaciones móviles y los cursos online pueden proporcionar acceso a recursos valiosos para aquellos que no pueden asistir a un centro educativo de manera regular.
3. Formación de formadores: No se trata solo de enseñar a los individuos, sino de capacitar a aquellos que educan. Los educadores y líderes comunitarios deben ser parte integral de la solución, para que puedan diseminar el conocimiento y ayudar a implementar las estrategias aprendidas.
Casos de éxito: Inspiración en acción
En diversas partes del mundo, ya se han visto avances significativos cuando se invierte en la educación orientada a la sostenibilidad. Un ejemplo claro es el de comunidades en Latinoamérica que han implementado proyectos de bioenergía. Los residuos agrícolas, que antes se veían como un problema, ahora se están transformando en energía limpia. Este tipo de iniciativas no solo reduce el impacto ambiental, sino que también genera empleo local y crea una economía circular dentro de la región.
Otro ejemplo proviene de África, donde el acceso al agua siempre ha sido una preocupación constante. A través de programas educativos que enseñan cómo recolectar, filtrar y conservar el agua de manera eficiente, las comunidades han mejorado sus condiciones de vida y su capacidad productiva, lo que repercute directamente en la salud, la alimentación y el desarrollo económico.
Lo importante aquí es que ninguno de estos cambios ocurrió de manera aislada. No se trata solo de gestionar agua, energía o comida por separado. El éxito de estas comunidades ha sido resultado de un enfoque integrado, donde la educación aborda todos estos factores de manera conjunta.
Mejor calidad de vida, desarrollo económico sostenible
Cuando las personas son capacitadas para gestionar sus recursos de manera eficiente, los beneficios se extienden mucho más allá de las fronteras de su comunidad. Se genera una mayor autonomía, se fomenta el espíritu emprendedor y, lo más importante, se establece un camino hacia el desarrollo económico sostenible.
El enfoque CEPA refuerza la idea de que no podemos ver los recursos de manera aislada. Si queremos un desarrollo real en las regiones, tenemos que capacitar a las personas para que entiendan cómo interconectar estos recursos y maximizar su impacto.
La educación es la herramienta más poderosa para empoderar a las comunidades y ayudarlas a gestionar sus recursos de manera sostenible. Pero esta educación debe ser práctica, adaptada a sus realidades y centrada en las personas. Solo así lograremos que esas regiones, a menudo olvidadas, se conviertan en pilares fundamentales para el desarrollo de nuestro país.
CEPA nos enseña que el verdadero desarrollo no ocurre en compartimentos aislados. Las soluciones integradas, que conectan la comida, la energía, las personas y el agua, son las que nos permitirán avanzar hacia un futuro más justo, más próspero y más sostenible.
Es hora de repensar nuestra estrategia y poner la educación en el centro de este cambio. Empoderar a las personas para gestionar sus recursos no solo mejora su calidad de vida, sino que también transforma las regiones en motores de desarrollo económico.

